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Carta de un coordinador “quemado”

Actualizado: 9 jul 2023

Buenos días,


En primer lugar, agradecer al blog por cederme este pequeño espacio para hablar de un tema que a veces no nos planteamos cuando comenzamos a trabajar en el mundo de los ensayos clínicos, el síndrome de “burn-out”. Por cuestiones de discreción y respeto he decidido realizar esta entrada de forma anónima.


El síndrome de “burn-out”, o síndrome del trabajador quemado, viene definido como un estado de agotamiento mental, emocional y físico que se presenta como resultado de exigencias agobiantes, estrés crónico o insatisfacción laboral, son muchos los profesionales que por circunstancias se encuentran en este punto, y no es difícil entender por qué es posible llegar al mismo al trabajar como study coordinator. Aquí intentaré contaros mi historia.

Al acabar el grado de enfermería en el año 2018, no fue difícil incorporarme al mundo laboral ya que redundan las ofertas, sobre todo en período vacacional, para este tipo de profesionales. Así pues, me incorporé a la plantilla eventual de un hospital privado, siempre tuve claro que no quería ser un enfermero raso, sentía que había mucho por hacer y un mundo que descubrir y en ese momento confiaba ciegamente en la investigación para obtener los mejores resultados respecto al cuidado de las personas. Ese mismo mes de septiembre decidí matricularme en un máster de investigación, el cual me permitió incorporarme a un equipo de ensayos clínicos en un hospital antes de acabar.


Mi primer contacto con los ensayos clínicos, podría considerarlo lento pero provechoso, estuve más de 7 meses de becario en una unidad junto con otros dos enfermeros (los cuales hacían todas las tareas SC/SN/DM) esperando una supuesta convocatoria que no conseguíamos que acabaran de publicar. Una vez me incorporé de facto, uno de los enfermeros marchó por lo que el equipo se quedaba exactamente igual que antes de incorporarme, en el que con un contrato de tan solo 25 horas y otro enfermero a 40 horas, manejábamos una unidad con 30 protocolos diferentes y aproximadamente 80 pacientes (segundo problema, la carga de trabajo).


No cabía en mí de ver que, con tan solo 23 años, estaba consiguiendo todo aquello que me proponía, un contrato en ensayos, algo para lo que me había formado, dotándome de estabilidad y que además me servía para puntuar en la bolsa de trabajo como enfermero; ni tan solo me paré a fijarme en que el salario era mucho menor que el de cualquier enfermero trabajando en un hospital público, mi pareja no lograba entender cómo siendo auxiliar de enfermería cobraba más que yo con la cantidad de marrones que tenía que comerme.


En todo el tiempo que compartí con mi compañero, veíamos a diario que el equipo no funcionaba, al principio lo achacábamos a una falta de organización y probamos a intentar solucionarlo de diferentes maneras sin éxito, y llegamos a la conclusión de que no disponíamos de los recursos materiales ni humanos para poder hacer el trabajo mínimamente bien. Empiezas a empeñar horas y horas de tu vida y, sin darte cuenta, acabas yéndote cada día haciendo más de 12 horas de jornada. Cuando no se dispone de recursos, y el único objetivo del investigador es reclutar a toda costa, surge un pequeño problema, las cosas no se hacen bien y esto en un futuro generará issues.


Después de estar mi compañero más de 2 años coordinando la unidad prácticamente a solas, llegó la pandemia de la COVID-19, y viendo la oportunidad de poder coger algún contrato largo en la sanidad pública, decidió renunciar a su contrato en ensayos y dejarme a mi como study coordinator principal, tras ello decidí renunciar a mi contrato en sanidad privada y dedicarme únicamente a ensayos clínicos. Durante el tiempo que me quedó en esa unidad, mi trabajo consistió básicamente en, a parte de resolver todo lo que surgía día a día, enmendar errores surgidos en el pasado por haber trabajado a niveles que no éramos capaces, no había día que no me fuera, al menos 2 horas tarde de mi hora real de salida… Todos me decían “Cuando sea tu hora, te largas”, y mi pensamiento era: “si no resuelvo esto hoy, mañana voy a tener que hacerlo por tres, y además dar explicaciones de porqué no se ha hecho”.


Mi sensación en esta unidad era que absolutamente ningún investigador entendía la carga de trabajo que implicaban los ensayos y la poca implicación por parte de los miembros del equipo. Llegó un día que marcó mi vida, debido al estrés que sufría, rompí a llorar en el despacho de ver que no podía cargar con toda la cantidad de faena que se generaba, en ese momento, y por alguna circunstancia personal más, decidí cambiar de ciudad y de trabajo.


Mi segunda experiencia como study coordinator parecía completamente diferente, no obstante, la cruda realidad acabó apareciendo. aunque el salario era mejor, sentía que la única preocupación por parte de los investigadores era demostrar que su unidad era la mejor costara lo que costara, ser el centro más reclutador, ser los que menos desviaciones teníamos y ser los que mejor lo hacen todo, eso sí, sin implicarse lo más mínimo ni tan solo en el proceso de consentimiento. Como study coordinator, hacía de enfermero, auxiliar, técnico de laboratorio, celador, administrativo, y hasta en ocasiones, de médico especialista.


Sentí que comencé a cambiar como persona, me afectaban las cosas de manera diferente, había días que llegaba a casa y lo único que podía hacer era estirarme en la cama y llorar, todo era un problema, no podía solucionar ninguno de los issues que surgían. Intentaba buscar una solución, no sabía si era la ciudad, si era mi pareja, si era mi vida…


Todos me decían que lo estaba haciendo bien, las visitas de monitorización se convirtieron en un gran aliado para darme cuenta de que si las cosas salían adelante era porque estaba yo para hacerlas, con una gran lacra: el mérito era para aquellos que no movían absolutamente un dedo. Nada me reconfortaba, día a día era una tortura tener que llegar al hospital, ya solo de aparcar el coche mi cuerpo entraba en estado de ansiedad.


Mi médico de cabecera me presionaba para que me cogiera una baja por estrés, pero yo me negaba, ¿quién iba a encargarse de todo si no lo hacía yo? Llegó un punto en el que no tenía ni tan solo un back-up en la recámara. Al final, después de mucho tiempo y dinero invertido en terapia, llegué a la conclusión de que el agente estresor principal en mi vida era el trabajo y todas las tareas que estaba asumiendo, hablé con mi jefe para explicarle la situación y ese mismo día decidí presentar una carta de renuncia a la Fundación para la que trabajo.


Ahora, con muchos frentes abiertos, no sé si realmente los ensayos no son lo mío, o lo que no era mío eran las condiciones, de momento, lo único que tengo claro, es que necesito reconciliarme con mi profesión, con la enfermería asistencial, sentirme integrado en un equipo y sentir que, de verdad, lo que hago tiene sentido en mi vida.


Anónimo

Coordinador de Ensayos


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